¿Por qué las industrias culturales?
En la película “El Tercer Hombre” (1949), uno de los protagonistas, interpretado por el legendario Orson Welles, pronuncia una frase (acuñada por el propio Welles) que hoy ya es legendaria entre los cinéfilos: “En Italia, durante treinta años bajo los Borgia, hubo guerras, terror y muerte, pero produjeron a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, han vivido en amor fraternal, paz y democracia por 500 años – y ¿qué produjeron? El reloj cucú”.
Para un colombiano no es difícil identificarse con esta frase. Nuestro país, por su diversidad étnica, su accidentada geografía (que facilitó el surgimiento de una gran variedad de manifestaciones culturales regionales diferentes) y, por qué no, por su convulsionada historia, es una potencia cultural en ciernes. En menos de medio siglo produjimos a Gabo, a Botero y a Shakira, por no mencionar a tantos otros creadores y artistas de talla internacional, entre ellos muchos que permanecen en el relativo desconocimiento como los bailarines caleños, eternos campeones de los mundiales de baile en salsa, tango y el género que les toquen. Hace una veintena de años éramos importadores de telenovelas, música y películas mexicanas, argentinas y venezolanas. Hoy somos uno de solo cuatro países latinoamericanos exportadores netos de bienes culturales.
Y todo esto a pesar de que desde el estado y la sociedad colombianas hemos enfocado la cultura primordialmente como una actividad meritoria de dádivas privadas y públicas (como sin duda lo es), y no, también, como un dínamo potencial de desarrollo. Con contadas excepciones, la imagen que solemos hacernos de quienes se dedican a componer canciones, escribir libros, pintar cuadros, realizar películas, dirigir un grupo de danza o montar una obra de teatro es la de personas ricas en inspiración y sensibilidad, pero con una escasa probabilidad de ganarse la vida con su talento y, mucho menos, de generar con ellas ingresos y empleos estables para sus conciudadanos.
Sin embargo, las actividades basadas en la creatividad se han ido convirtiendo en uno de los sectores más dinámicos de la economía mundial. En las últimas tres décadas, las industrias culturales y creativas han incrementado de manera exponencial su contribución al crecimiento económico y a la generación de empleo, tanto en países desarrollados como en desarrollo. Se calcula que en la actualidad este sector representa alrededor del 7 por ciento de la producción económica mundial y la Unctad proyecta un crecimiento promedio anual de 10 por ciento para este ramo en los años venideros. Su potencial económico es claro en materia de generación de empleos dignos, “verdes” y que no requieren el acompañamiento de grandes recursos de capital, pero no menos evidentes son sus “externalidades” positivas en materia de cohesión social, potencialización de grupos marginados y enriquecimiento espiritual.
Pero para que nuestra riqueza cultural se convierta en una fuente de empleo y prosperidad para más colombianos, se requiere de acciones ambiciosas en diversos frentes. Uno de ellos es, por supuesto, la protección de los derechos de autor. Pero también se necesita brindarle a los creadores y emprendedores culturales una serie de apoyos, que van desde una mejor formación profesional y técnica, hasta el desarrollo de mecanismos apropiados de financiación (porque no pensar en un fondo de inversión en empresas creativas con capital semilla y asesoría de personas como Juanes, Sofía Vergara y Martha Senn) y la generación de más espacios y canales para la distribución, la exhibición y el intercambio de productos y servicios culturales.
La idea es generar las condiciones para dinamizar el trabajo creativo, convertir al sector cultural en un mayor generador de ingresos, empleo y bienestar y fortalecer su proyección de la imagen e identidad de Colombia en todo el mundo. En el argot popular, se trata de ayudar a que los artistas, escritores, diseñadores, actores, bailarines y cineastas, y quienes hacen posible que las creaciones de todos ellos lleguen al público, puedan vivir de su cuento.
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